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componer una red envejecida. Su perrillo lanudo dormitaba tendido a sus pies; algunas gallinas
picoteaban entre la hierba seca del patio y el gallo miraba fijamente el cielo, erguido, sobre una
hacina de bosta seca.
Al verle entrar con tanta precipitación levantó los ojos de su quehacer y los fijo en el mozo, y al
descubrir el aspecto desolado y la traza desordenada y deshecha de Agiali, le preguntó lleno
de ansiedad:
 ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?
 ¡La han matado!  sollozó Agiali con fuerza.
 ¿Qué hablas? ¿A quién?
 La han asesinado!  volvió a gemir el mozo.
El viejo dilató los ojos y preguntó con miedo:
 Pero ¿a quién? ¿Quiénes?
 ¡La han asesinado a Wata-Wara los patrones!
 ¡Ah!...
Y el anciano quedó, yerto, con la boca abierta y os ojos agrandados por el terror. Le parecía
haber oido mal. ¿Asesinada Wata-Wara, su hija?... No; seguramente ese infeliz estaba con la
cabeza perdida. ¿Qué habría podido hacer tremendo la zagala, ser inofensivo y puro, a los
patrones? ¿Acaso los conocía siquiera? Seguramente...
 Mira, Agiali; a mí no se me miente y yo conozco la verdad... Dices que tu mujer ha sido
asesinada por los patrones. Seguramente la pobre ha dejado morir alguna de sus bestias, y tú,
en un momento de cólera... ¿verdad?
Agiali se irguió.
 Te digo, viejo chocho, que ellos la han matado... ¿No me crees?
Choquehuanka se puso lívido:
 Sí, te creo. Si no fuera verdad, tú no me hablarías así... ¿Y cómo, por qué la mataron?... 
preguntó trémulo.
 ¿Acaso yo sé nada? Estaba en mi casa esperándola desde mediodía, y vinieron ellos, los
perros, y me dijo uno: "Oye, a tu mujer le ha dado algo y la metimos a la cueva". Corrí allá y la
encontré muerta. Y no sé más.
 ¿Pero tienes seguridad de que estaba muerta?  insistió choquehuanka con incertidumbre.
 Sí; los alkamaris revoloteban alrededor de su cuerpo...
un temblor de espanto sacudió el cuerpo de Choquehuanka. ¡Los alkamaris! ¿Qué más prueba
que ésa? Eran aves de mal agüero y aparecían sólo en derredor de la carroña.
 ¿Y está pálida ella?
 Blanca, blanca como los huevos de pana.
Choquehuanka inclinó la cabeza; en sus ojos cansados y graves brillaron las lágrimas. Se
irguió a poco, y elevando los brazos al cielo murmuró sombríamente:
 ¡Señor! ¿Se hace todo esto por tu voluntad?
Luego se dirígió al joven:
 ¿Y siempre crees que el patrón y sus amigos...?
 ¿Por qué dudas? ¡Como si lo viera! Hasta me pareció descubrir sangre en sus manos.
 entonces... ¡Ddeben morir!
Una llamarada de alegría pasó por los ojos de Agiali.
 ¡Deben morir!  repitió exaltadamente.
Y luego, cual si recién se diera cuanta de su desgracia, ocultó la cebza entre los brazos
levantados y lloró.
 Quisieras vengarte, ¿verdad?
 ¡Quisiera!... ¡Quisiera morderles el corazón!  repusó con vehemencia, alzando el rostro,
mojado de sudor y lágrimas.
 ¿Y contaste a alguien la muerte de tu mujer?
 Del cerro vine a tu casa. A nadie he visto.
 Mejor. Ahora anda a la casa de hacienda.
Agiali miró al anciano con estupor.
 ¿Para qué?
 Para que te vean y no sospechen nada...
 ¿Y crees que podría verlos tranquilos, sin que me den ganas de partirles con mis uñas el
corazón?
 Lo haras a su tiempo y sin peligro. Muéstrate fuerte como eres.
 Entonces iré darles la noticia que me pidieron.
 ¿Qué noticia?
 Al mentirme que hallaron enferma a mi mujer me ordenaron que fuese a verla y avisarle
cómo la encontré en la cueva.
 Mejor. Si te preguntan algo respóndeles que Wata.Wara está en su casa y sin cuidao... vete,
hijo; pero antes pasa por donde Apaña y Tokorcunki y diles que les necesito y vengan al
punto... tú puedes quedar allí hasta cuando ellos lo quieran; pero antes de media noche anda al
cerro de Cusipata. Allí estaremos todos. Lleva tu arma.
Salió Agiali. Entonces el anciano se dejó caer, vencido, junto al poyo de la puerta. Inclinó la
cabeza y quedó inmóvil largo rato.
Una voz calmada, grave, lo arrancó de sus meditaciones:  ¡Buenas tardes nos dé Dios,
venerable achachila!
Choquehuanka levantó la cabeza lentamente. Tokorcunki estaba delante, de pie, con los
brazos cruzados sobre el pecho, y le contemplaba con profundo respeto.
 Buenas tardes. Tokor. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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