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color esmeralda, constelados de enormes flores blancas y separados en algunos lugares
por otras especies de plantas desconocidas. Más allá, otros matorrales de espino
amarillo. A lo lejos se alzaba la roja ladera de una montaña. Enormes globos púrpura se
mecían sobre aquel alucinante paisaje lunar, iluminados por el sol, anclados de sus
cables rojos.
Calculo que anduvimos por la faja despejada por espacio de unos quince kilómetros.
Empezaba a respirar con dificultad, efecto debido al ejercicio violento bajo la tenue
atmósfera de la Luna. La Madre no mostraba señales de fatiga.
Se detuvo bruscamente delante de mí y se metió en una especie de túnel abierto entre
los espinos. Un pasadizo de un metro y medio de ancho por uno ochenta de altura, donde
volvían a unirse los pinchos amarillos. El suelo era pelado y liso, apisonado como el de un
sendero de mucho paso. El corredor parecía casi rectilíneo, pues se veía hasta una
distancia considerable. La luz se filtraba a través de la espesura de crueles bayonetas que
lo cubrían.
 No me agrada utilizar este camino  explicó la Madre . Porque sus constructores
son seres hostiles. Aunque no son muy inteligentes, mi fuerza vital no les afecta, por lo
que no puedo dominarlos. Si nos descubren estamos perdidos. Pero no hay otro remedio.
Hemos de cruzar por el bosque de espinos. Menos mal que, estando en el túnel, no
podrán vernos. Tal vez los Eternos pierdan nuestro rastro. Apresurémonos y confiemos en
no tropezar con ninguno de los legítimos usuarios de este sendero. Si aparece, tendremos
que ocultarnos.
Tan pronto como entré en el túnel me vi en desventaja, pues ya no podía avanzar a
grandes saltos. Emprendí una especie de trote. Llevaba la cabeza baja para evitar las
espinas envenenadas.
La Madre reptaba con soltura a mi lado, aunque no tan rápida como antes,
afortunadamente. Era esbelta, joven y bella, a su manera no humana. Me alegré de que
me permitiese acompañarla. A pesar de cuantos peligros nos amenazaban.
Cuando pude recobrar el aliento dije:
 ¿Qué eran esas barras espectrales?
 Los Eternos poseen misteriosos poderes científicos  fue la musical respuesta . Es
algo parecido a la televisión, de que me hablaste. Pero más perfeccionada. Nos han visto
a orillas del lago. Proyectan esas barras brillantes mediante sus rayos de energía. Podrían
hacernos daño. Pero no se exactamente cómo. Se trata de un arma nueva; no la
empleaban durante la guerra.
Recorrimos muchos kilómetros por el túnel. Era casi rectilíneo. No había bifurcaciones
ni encrucijadas. No cruzamos ningún claro. El techo y las paredes de espino amarillo no
presentaban solución de continuidad. Me pregunté qué clase de seres podían abrir un
sendero tan largo y perfecto entre los espinos.
La Madre se detuvo de súbito y se volvió a mirarme.
 Se acerca uno de los habitantes del sendero  silbó . Lo noto. Espera un momento.
Desenvolvió sus anillos dorados y desapareció por el sendero. Llevaba la cabeza
erguida. Y las alas rígidamente extendidas. Hasta ese momento siempre las había visto
blancas, con delicadas venas rojas. Ahora las tenía completamente sonrosadas. Llevaba
algo separados sus labios rojos y los ojos estaban dilatados, absortos, fijos. Parecían
mirar más allá, contemplando escenas lejanas, inaccesibles a los sentidos normales.
Permaneció largo rato inmóvil, con los ojos color violeta lejanos y fijos.
Luego se irguió de súbito. Se alzó sobre sus anillos dorados. Había alarma en sus
grandes ojos, en su voz tenue y aflautada.
 Nos sigue. Por este mismo sendero. Apenas tenemos el tiempo de salir a un claro.
Hay que darse prisa.
Esperó a que yo comenzara mi torpe carrera y me siguió con soltura. Corrí
pesadamente. Con la débil gravedad lunar, tenía que andarme con cuidado para no
tropezar con las púas del camino.
Durante espantosas horas  al menos, eso me pareció corrimos por el sendero,
cruzando el interminable bosque de espino amarillo. Mi corazón latía con fuerza y mi
respiración era angustiosa. Mi cuerpo no estaba preparado para el esfuerzo en una
atmósfera tan tenue.
La Madre me precedía, reptando sin esfuerzo. Comprendí que si hubiera querido, le
habría sido fácil abandonarme.
Por último tropecé, caí de cabeza y ya no tuve fuerzas para levantarme. Los pulmones
me ardían y sentí un horrible dolor en el corazón. Sudaba a mares, me latían las sienes y
un velo rojo nublaba mi vista.
 ¡Sigue!  logré decir entre jadeos . Yo... intentaré... detenerlo.
Busqué a ciegas mi arma.
La Madre se detuvo y regresó hacia donde yo estaba. Sus notas tenían un acento
apremiante.
 Vamos. El claro está cerca. Y el bicho nos persigue. ¡No te quedes ahí tumbado!
Envolvió mi brazo con su ala suave y flexible. Recibí una nueva oleada de vigor y
energía. Entonces conseguí ponerme en pie, tambaleándome, y seguimos. Al mismo
tiempo eché una mirada hacia atrás.
Un bulto oscuro e informe apareció a mis ojos. Era tan grande que prácticamente
ocupaba todo el hueco del túnel. Lo rodeaba un confuso círculo de claridad, debido a la
luz que se filtraba en el sendero, entre los espinos.
Corrí... corrí... corrí.
Mis piernas avanzaban, avanzaban como palancas articuladas de un autómata. Las
tenía insensibles. Cuando la Madre me tocó, incluso dejé de sufrir ardor en los pulmones.
Y el corazón ya no me dolía. Me parecía flotar junto a mi cuerpo, como si fuese otro el que
corría, corría, corría con monótona andadura de máquina.
Tenía los ojos clavados en la Madre, que me precedía.
Ella se deslizaba con gran rapidez por la penumbra del túnel. Su cuerpo esbelto,
dorado, infatigable. Las alas blancas rígidamente extendidas, como para mantener mejor
el equilibrio. La delicada cabeza erguida, con su penacho azul agitado por la carrera.
Observé aquel penacho azul mientras corría. Bailaba burlonamente ante mí, siempre
alejándose. Siempre lejos de mi alcance. Lo seguí entre la niebla cegadora de mi fatiga,
que me hacía verlo todo fundido en un azul grisáceo con manchas de rojo sangre.
Me sorprendió hallarme de nuevo a la luz del Sol. Una franja de arena junto al amarillo
seto de espinos. Más allá la fronda fría y verde, el mar verde. Arriba, siniestros globos
púrpura, sujetos de sus cables rojos. En la lejanía, una cordillera escarlata, empinada y
escabrosa.
La Madre dobló a la izquierda.
La seguí de un modo automático. Mis reacciones se hallaban adormecidas. El
esplendoroso paisaje lunar ya no me resultaba extraño. Hasta la amenaza de los globos
púrpura me parecía lejana, sin consecuencias.
No sé cuánto tiempo corrimos junto al bosque de espinos hasta que la Madre se volvió
de nuevo y me condujo a un grupo de enredaderas.
 ¡Quieto!  silbó . Tal vez el monstruo no pueda encontrarnos. Agradecido, me
oculté entre las frondas. Me quedé acostado, con los ojos cerrados, y respiré con grandes
jadeos dolorosos. La Madre volvió a tocar mi mano con su ala suave y otra vez me sentí
aliviado, aunque respirando con dificultad.
 Tu reserva de energía vital es muy escasa  comentó.
Saqué la pistola del bolsillo y la revisé para cerciorarme de su estado. La había
limpiado y cargado antes de emprender viaje. La Madre levantaba cautelosamente su
cabeza coronada de azul. Me arrodillé y vigilé la franja de arena en la dirección de donde
veníamos.
Vi que el bicho se acercaba a toda prisa.
Era una esfera roja, brillante, como de un metro y medio de diámetro. Estaba siguiendo
nuestra pista.
 ¡Nos ha localizado!  silbó bajito la Madre . Y mi fuerza vital no puede atravesar su
coraza. Quiere chupar la linfa de nuestros cuerpos.
La miré. Había enrollado su cuerpo esbelto en una espiral dorada. Su cabeza se alzaba [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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