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reglas que sistemáticamente rigen la forma en que da expresión a sus significados. Recuérdese una
vez más el letrero del metro de Londres al que me referí a la Introducción: "Hay que llevar en
brazos a los perros por la escalera mecánica". Para comprender este aviso no bastará, ni con
mucho, leer sencillamente las palabras una tras otra. Hace falta, por ejemplo, saber que esas
palabras pertenecen a lo que podría denominarse un código de referencia . El letrero no es sólo
un trozo de lenguaje decorativo cuya finalidad consista en entretener a los pasajeros, sino algo que
debe referirse a la conducta de perros y pasajeros de verdad en una escalera mecánica. Debo
movilizar mis conocimientos sociales generales para comprender que las autoridades colocaron el
aviso, que estas autoridades tienen poder para castigar a los transgresores, que el aviso va dirigido
implícitamente a mí como miembro del público, nada de lo cual resulta evidente en las palabras
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Terry Eagleton Una introducción a la teoría literaria
del letrero. Es decir, tengo que basarme en ciertos códigos y contextos sociales para comprender
debidamente el aviso. Hace también falta que los relacione con ciertos códigos o prácticas
convencionales relacionadas con la lectura, las cuales me dicen que la "escalera mecánica" a que se
refiere el letrero esta escalera y no alguna que se halle en Paraguay, que "hay que llevar en brazos"
significa "hay que llevar ahora", etc. Debo reconocer que por el "género" al cual pertenece el letrero
resulta muy improbable que realmente la ambigüedad de la que hablé en la Introducción sea
deliberada. No es fácil distinguir entre código "social" y código "literario": concretizar "la escalera"
como "esta escalera", adoptar un criterio convencional relativo a la lectura que borra la
ambigüedad, depende de toda una red de conocimientos sociales.
Comprendo el aviso, por consiguiente, interpretándolo en función de ciertos códigos que
parecen apropiados, lo cual, según Iser, por ningún concepto ocurre cuando se lee literatura. Si los
códigos que rigen las obras literarias se acomodaran perfectamente a los códigos que empleamos
para interpretarlos, toda la literatura resultaría tan carente de inspiración como el letrero del metro
de Londres. En opinión de Iser la obra literaria más efectiva es la que lleva al lector a un nuevo
conocimiento crítico de sus códigos y expectativas habituales. La obra interroga y transforma los
criterios implícitos con que la abordamos, desconfirma la rutina de nuestros hábitos de percepción
y con ello nos obliga a reconocerlos por primera vez como realmente son. Más que concretarse a
reforzar nuestras percepciones dadas, la obra literaria valiosa viola o transgrede esas formas
normativas de ver las cosas, con lo cual nos pone en conocimiento de nuevos códigos de
comprensión. Aquí se encuentra una tendencia paralela a la del formalismo ruso: en el acto de leer,
nuestras suposiciones convencionales pierden su carácter familiar, se objetivan a tal grado que
podemos criticarlas y revisarlas. Si mediante nuestras estrategias de lectura modificamos el texto,
éste, simultáneamente, nos modifica como objetos de un experimento científico, puede dar a
nuestras preguntas una respuesta impredecible. Para un crítico como Iser, lo que verdaderamente
importa en la lectura es que profundiza la conciencia de nosotros mismos, cataliza un concepto
más crítico de nuestra propia identidad. Es como si lo que hemos estado "leyendo" al abrirnos paso
a través del libro, se convirtiera en "nosotros mismos".
En realidad, la teoría de Iser sobre la recepción se basa en una ideología liberal humanista:
creer que en la lectura debemos de ser flexibles, receptivos, imparciales; preparados para poner en
tela de juicio nuestros criterios y permitir que se transformen. Detrás de esta posición se halla la
hermenéutica gadameriana con su confianza en un conocimiento profundizado de sí mismo, el
cual surge del encuentro con lo que no estamos familiarizados. El humanismo liberal de Iser, como
otras muchas doctrinas parecidas, es menos liberal de lo que parece a primera vista. Iser dice que
un lector con firmes convicciones ideológicas probablemente no sea un buen lector pues tiene
menos probabilidades de abrirse al poder transformante de las obras literarias. Esto significa que
para que el texto nos transforme es preciso, ante todo, que nuestras convicciones tengan un
carácter bastante provisional. Sólo puede ser buen lector quien ya es de antemano- liberal: el acto
de leer produce un tipo de sujeto humano que ya se da por descontado. Esto presenta otro aspecto
paradójico: si empezamos por el hecho de que nuestras convicciones no son firmes, no es muy
significativo que el texto las interrogue y las subvierta. Es decir; no sucede nada importante. Más
que reconvertir al lector lo transforma en un sujeto mucho más liberal de lo que antes hubiera
podido ser. Todo lo concerniente al sujeto lector se pone en tela de juicio en el acto de leer excepto
la clase de sujeto (liberal) a la que pertenece. Por ningún concepto podrían criticarse estos límites
ideológicos pues de lo contrario, el modelo entero se vendría abajo. En este sentido, la pluralidad y
la total apertura del proceso relacionado con el acto de leer están permitidas porque presuponen
cierto tipo de unidad cerrada que siempre permanece en su sitio la unidad del sujeto lector es
violada y transgredida pero para regresar más plenamente a sí misma. Como en el caso de
Gadamer aquí también se puede incursionar por territorios extranjeros porque en secreto, no
salimos de casa. La clase de lector a quien la literatura va a afectar más profundamente está de
antemano equipado con capacidades y respuestas del tipo adecuado ; es hábil en el manejo de
ciertas técnicas de crítica y muy capaz de reconocer ciertos recursos literarios convencionales.
Ahora bien este es, precisamente, la clase de lector que mucho menos necesita ser afectado. Un
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Terry Eagleton Una introducción a la teoría literaria
lector así está transformado desde un principio y por eso mismo está dispuesto a exponerse a
nuevas transformaciones. Para leer literatura efectivamente puede uno ejercitar ciertas
capacidades críticas (casi siempre problemáticamente definidas). Ahora bien, estas capacidades
son ni más ni menos las que la literatura no podría cuestionar, porque su existencia depende de
ellas. Lo que uno haya definido como obra literaria siempre estará estrechamente unido a lo que
uno considere técnicas críticas apropiadas : obra literaria significará, aproximadamente una
obra que puede aclararse útilmente empleando esos métodos de investigación. En tal caso el
círculo hermenéutico resulta más bien vicioso que virtuoso. Lo que se obtenga de la obra
dependerá en gran parte, en primer lugar de lo que uno ponga en ella, en donde ya hay poco
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